El calendario moderno

En 1789 comenzó la revolución francesa, un largo proceso, cada vez más radical, que sentó las bases sociales y políticas de la Europa contemporánea a pesar de su aparente fracaso tras el ascenso y caída de Napoleón. Entre otras reformas, en 1792 los jacobinos se atrevieron también con el tiempo y elaboraron un calendario que llamaron de la Razón. En este calendario, que se pretendía uniforme y racional, el año incluía 12 meses iguales de 30 días de duración. Los 5 días (o 6 en caso de año bisiesto) que se necesitaban para completar el año se añadían al final –como hacían los antiguos egipcios– y estaban dedicados a las fiestas de La virtud, El carácter, El trabajo, La opinión y La recompensa.

Considerados los viejos nombres fruto del error o la prepotencia del poder, los meses fueron rebautizados con nombres provenientes de la naturaleza y el trabajo agrícola:Vendimiario, Brumario, Frimario (de la escarcha), Nivoso, Pluvioso, Ventoso, Germinal, Floreal, Prarial (de los prados),Mesidor (de la siega), Termidor (del calor) y Fructidor.Además, cada mes pasó a contar con solo 3 semanas de 10 días de duración, y los días fueron divididos según el sistema métrico decimal en 10 horas de 100 minutos, cada uno de ellos de 100 segundos.

A pesar de su mayor coherencia y precisión, Napoleón no titubeó en suprimir aquel calendario en 1806 y recuperar el viejo sistema gregoriano. En cierta medida, uno no puede evitar preguntarse si Napoleón hizo lo correcto. Es cierto que aquel modelo para medir el tiempo, así como otras propuestas contemporáneas, son mucho más racionales que el sistema que usamos hoy en día. Sin embargo, nuestro actual calendario gregoriano resulta muy interesante, precisamente, por la variedad de culturas que en él han dejado su huella. Es una construcción en la que han intervenido artesanos de un sinfín de pueblos. Podemos encontrar improntas babilónicas en el sistema sexagesimal de minutos y segundos; judías en la semana de 7 días con uno de descanso; griegas y egipcias en el ciclo solar; romanas en el los meses; medievales en la numeración de los días y las horas; renacentistas en su regulación definitiva. En suma, se puede plantear otro calendario más racional pero, tal vez, ésta sea una de esas ocasiones en que el sueño de la razón produce monstruos.

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